Muy a menudo, en esta vida de acción galopante, me encuentro esbozando frases, archivando recuerdos e imaginando posibilidades. ¡Pero cuántas veces soy presa fácil para el escepticismo, el deseo de abandonarlo todo y la necesidad apremiante de ser reconocido, apreciado y valorado! Y así cometo errores; bajo ese influjo soy seducido por un sinnúmero de ilusiones baratas que sólo sirven para distraer la atención de aquello que realmente importa.

(Photo by: Adobe Spark)
Tuve el privilegio de conocer al abuelo materno de mi futura esposa: don Jachadur Kuchkaryan. Como inmigrante, al igual que muchos otros que arribaron a la Argentina, supo forjar un destino en esta nación tan lejana a su amada Armenia. Es que incontables familias, como la de él, tuvieron que abandonar su tierra por causa del primer genocidio del siglo XX, que dejó un saldo de un millón y medio de armenios muertos.
Lo conocí en sus años dorados, aquellos en los que se vive despacio, pero al mismo tiempo de manera apresurada, con menos horas para el sueño y más momentos para celebrar la vida.
Y aunque ha transcurrido algún tiempo de su partida de este mundo, lo menciono en estas líneas porque su existencia no pasó desapercibida. Es más, me atrevo a afirmar que dejó un sello indeleble en la memoria de quienes pudimos conversar con él.
Por favor. Entiéndame. No es que Jachadur publicó su fotografía en la tapa de la revista más vendida del país, o que ganó algún tipo de premio a la popularidad. ¡Mucho más que eso! Su vida fue un recordatorio constante de aquello que hoy tanto escasea: genuina espiritualidad, verdadera paz interior y permanente congruencia entre el decir y el hacer.
Hace dos días redescubrí la siguiente declaración en un libro de mi biblioteca personal: «No es nada extraño encontrar, tanto en la historia como en la vida actual, gente relativamente inculta que parece haber descubierto grandes profundidades espirituales… mientras que hay muchas personas muy educadas de quienes uno saca la impresión de que con su mente están realizando ingeniosas payasadas a fin de tapar un inmenso vacío interior».
Jesucristo dijo: «Ustedes son como una luz que ilumina a todos […] Nadie enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón. Todo lo contrario: la pone en un lugar alto para que alumbre a todos los que están en la casa. De la misma manera, su conducta debe ser como una luz que ilumine y muestre cómo se obedece a Dios» (Mateo 5.14-16).
Estoy cansado de los revolucionarios de salón, de las verdades de papel, de los religiosos de bolsillo y de las promesas con aroma a micrófonos, bombos y platillos. ¡Quiero algo más que eso! Anhelo desarrollar una vida cuya existencia sea un aporte hacia la transformación positiva de nuestro mundo, guiada por los perennes valores del espíritu. ¡Únase! ¡Transitemos este camino juntos!
CRISTIAN FRANCO
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