Los días en que celebramos cambios en el tiempo provocan en nosotros diversas reacciones. En los días de Año Nuevo, cumpleaños y aniversarios algunas personas ríen y otras lloran. Empero, todos nos detenemos a pensar en lo que traerá el futuro, buscando un punto de apoyo que nos dé seguridad. Esto es así porque, en el fondo, todos los seres humanos tememos al futuro. Nos causa ansiedad el no saber lo que traerá el porvenir.
Los seres humanos queremos protegernos del futuro. Deseamos estar preparados frente al mal que pueda avecinarse; queremos librarnos del golpe que se esconde en el mañana. Sin embargo, no sólo buscamos un escondite para hoy. También buscamos un bastión desde donde atisbar lo que se avecina, para tomar la iniciativa en el ataque. Queremos tomar por asalto el futuro, teniendo la certeza del triunfo. Y todo esto lo hacemos porque le tememos a lo desconocido y porque deseamos dominarlo desde ahora, para que cuando lo desconocido se descubra ya no pueda hacernos daño.
Desde el comienzo del tiempo, el hombre ha buscado ese escondite, ese bastión, ese punto de apoyo desde donde dominar el futuro. Esto lo ha hecho en diversas formas: en la búsqueda del conocimiento del futuro, mediante proyecciones, especulaciones y diversos intentos de ver de antemano el mañana. Lo que hemos buscado en el dinero, en las posesiones materiales, y en la posición social y económica aventajada. Hemos buscado cumplir con los ideales de nuestra sociedad. Pero, sobre todo, hemos buscado seguridad en nosotros mismos; en aquellos que podemos hacer con nuestro propio esfuerzo. Hemos buscado seguridad tal como lo hizo el rico insensato: en hacer graneros más grandes donde acumular lo que tenemos y entonces descansar confiados. Porque hemos buscado en nuestros medios un punto de apoyo que nos dé seguridad ante lo desconocido.
La verdadera seguridad se encuentra en una correcta relación con Dios por medio de Jesucristo.
El problema es que hemos fallado. Ni las predicciones de los astrólogos, ni el dinero fácil ni el esfuerzo propio nos han dado seguridad. En el fondo, todo esfuerzo humano nos deja como Adán: huyendo, en el miedo y la desnudez (véase Génesis 3.10). Esto es así porque nuestro corazón está hecho para Dios y no encuentra reposo hasta llegar a descansar en él (como dijo San Agustín). Es decir, que nuestra alma está en una eterna búsqueda que sólo termina cuando reconocemos Cristo Jesús como Señor y salvador. Sólo Dios—nuestro creador—puede darnos seguridad ante el futuro. En él encontramos “nuestro amparo y fortaleza” (Sal 46.1). Y cuando estamos con él, viviendo en amistad y amor, podemos tener la certeza de alcanzar la victoria final que nos lleva a decir con el salmista “con mi Dios asaltaré muros” (Salmo 18). De este modo encontramos que nuestro futuro es Dios. Solamente Dios puede darnos el punto de apoyo y la seguridad que necesitamos.
En esta hora te pregunto: ¿Cuál es tu actitud ante el futuro? ¿Acaso estás preocupado por lo que pueda traer el mañana? ¿Ves la obtención de cosas materiales y de logros personales como una fuente de seguridad? De ser así, te invito hoy a cambiar tu manera de mirar el porvenir. Te invito a que busques de Dios sin tardar. Dios te dará la seguridad que buscas. Dios será tu refugio en el día de la angustia.
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