Todos en algún momento nos hemos sentido heridos y muchas veces esas heridas se instalan en nuestra alma dejando cicatrices abiertas que parece que nunca pudieran sanar. Si te has sentido así, te invito a que reclames las promesas de Dios de guardarnos en perfecta paz. Jesucristo es el único que puede sanar nuestras heridas.