Nos acostumbramos… a vivir en nuestra casa y a no tener otra vista que no sea las ventanas que nos rodean. Y como estamos acostumbrados a no tener vista, luego nos acostumbramos a no mirar para afuera. Y como no miramos para afuera luego nos acostumbramos a no abrir del todo las cortinas. Y porque no abrimos completamente las cortinas nos acostumbramos a encender más temprano la luz. Y a medida que nos acostumbramos, olvidamos el sol, olvidamos el aire, olvidamos la amplitud.

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Nos acostumbramos… a despertar sobresaltados porque se nos hizo tarde. A tomar rápido el café porque estamos atrasados. A comer un sándwich porque no da tiempo para comer a gusto. A salir del trabajo porque cae la noche. A cenar rápido y dormir con el estómago pesado sin haber vivido el día.
Nos acostumbramos… a esperar un «no puedo» en el teléfono. A sonreír sin recibir una sonrisa de vuelta. A ser ignorados cuando precisamos ser vistos. Si el trabajo está duro, nos consolamos pensando en el fin de semana. Y si en el fin de semana no hay mucho que hacer vamos a dormir temprano y nos acostumbramos a quedar satisfechos porque siempre tenemos sueño atrasado.
Nos acostumbramos a ahorrar vida que poco a poco igual se gasta y que una vez gastada, por estar acostumbrados, nos perdimos de vivir.
Alguien dijo:
«La muerte está tan segura de su victoria que nos da toda una vida de ventaja».

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Jorge Bucay titula «Brevedad» el siguiente pensamiento:
He nacido hoy de madrugada
viví mi niñez esta mañana
y sobre el mediodía
ya transitaba mi adolescencia
Y no es que me asuste
que el tiempo se me pase tan aprisa
sólo me inquieta un poco pensar
que tal vez mañana
yo sea demasiado viejo
para hacer lo que he dejado pendiente.
Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los malos días y lleguen los años, de los cuales digas, «no encuentro en ellos contentamiento»; Eclesiastés 12:1 LA BIBLIA
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