¿Alguna vez has presenciado una competencia deportiva? Si es así, habrás notado que hay atletas que brillan por todo lo alto gracias a su talento y habilidad extraordinaria. Triunfan en el deporte porque poseen una capacidad muy superior a la de sus oponentes. Juegan con excelencia. Se preparan con mucha disciplina y triunfan con gran determinación. Dominan ampliamente en el campo de juego.

Sin embargo, otros se destacan porque aún cuando han sufrido tropiezos en el camino son capaces de levantarse y regresar al camino de la victoria. A mí en lo personal estos últimos me impresionan más. Admiro y respeto los atletas que luego de ser lastimados por una lesión, enfermedad o accidente regresan para triunfar de manera especial.
Este fue el caso de una joven atleta que reinó en el deporte del tenis para la década de los años 90 en el siglo pasado. Su nombre Mónica Seles. Una tenista profesional de origen yugoslavo que se destacó por su excepcional destreza para practicar el deporte del tenis. Una atleta única que por años cultivó triunfos en los mejores torneos del mundo. Famosa, talentosa y campeona en uno de los deportes más prestigiosos del planeta.
Entre los logros más sobresalientes de su carrera está el haber ganado nueve títulos de los llamados “Grand Slams”, que son torneos del más alto nivel. Ocho de ellos los obtuvo antes de cumplir los 20 años. El primero de estos triunfos lo alcanzó cuando tenía 17 años, convirtiéndose en la tenista más joven de la historia en ganar el campeonato.
Pero aparte de todas estas victorias, a Mónica Seles se le recuerda, porque cuando tenía solo 19 años y estando en la cumbre del éxito vivió una experiencia aterradora que cambió su vida para siempre. Sucedió en pleno juego.
Era el 30 de abril del año 1993. Mónica jugaba en un torneo en Alemania frente a la tenista búlgara Magdalena Maleeva. Mónica ganaba el partido cuando en un receso un espectador llamado Gunther Parche invadió la cancha, atacándola mientras ella tomaba un descanso. El desquiciado fanático le enterró un cuchillo en la espalda, ocasionándole una peligrosa herida. El incidente ocurrió tan rápido que nadie logró impedirlo.
El trauma generado por esta experiencia alejó a Mónica de la cancha de juego por algún tiempo. Estuvo retirada 27 meses donde batalló día y noche intensamente con la horrible pesadilla del violento acto en su mente. Durante ese tiempo no practicó el tenis porque le hacía recordar el momento del incidente en Alemania. Necesitó de la intervención de médicos, pero también de consejeros y sicólogos para superar la crisis.
Hay golpes de la vida que duelen y lastiman el alma

Hay heridas muy difíciles de sanar
Las heridas físicas sanaron, pero no sucedió lo mismo con las emocionales que le causaron el ataque. Pensó en retirarse y no regresar a jugar. El golpe emocional y psicológico había sido muy fuerte. Además, la herida le produjo severos daños, quitándole gran parte la movilidad en ciertas áreas de su cuerpo.
Sin embargo, luego de intensas batallas internas, Mónica tomó una crucial decisión; comenzar un proceso de rehabilitación para recuperarse física y emocionalmente y retornar a la cancha de juego.
Su determinación la llevó a someterse a un estricto programa de rehabilitación que duró algunos meses. Tomó muy en serio el proceso y se decía a si misma que la experiencia vivida en Alemania no la obligaría a retirarse del deporte que tanto ella amaba. Finalmente la joven atleta se recuperó y luego de dos años volvió a la cancha de tenis.
Y aunque algunos expertos dicen que nunca fue la misma de antes, lo cierto es que Mónica regresó a jugar tenis a nivel profesional. En su regreso ganó el torneo abierto de Australia. La experiencia del ataque violento vivido en Alemania no fue capaz de paralizarla para siempre.
Años más tarde Mónica se retiró del deporte, pero nadie puede negar que el incidente del cual fue víctima no la dejó postrada. Mónica fue capaz de levantarse y no permitir que las heridas físicas, emocionales y psicológicas se lo impidieran. Hoy forma parte de un grupo selecto de tenistas que han llegado al salón de la fama del tenis profesional.
Hay palabras que nos brindan ánimo y esperanza
Esta historia no solo me inspira y me levanta el ánimo, sino que también me hace recordar unas extraordinarias palabras registradas en la Biblia que dicen así:
Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. 2 Corintios 4.8-9

Esta palabra nos inyecta ánimo y esperanza, nos impulsa a continuar avanzando aún en medio de nuestro desierto. Nos desafía a no darnos por vencidos ni quedarnos paralizados por los problemas de la vida.
Éstas son palabras y afirmaciones de una persona resiliente. Aquella que se enferma, pierde su empleo o experimenta una bancarrota pero se pone de pie y vuelve a empezar.
Una persona resiliente es la que ha sido herida pero que se levanta para luchar otra vez. Es el ser humano que ha sido traicionado por un amigo, decepcionado por un cónyuge o aplastado por un desconocido pero que no se echa a morir sino que entra nuevamente en la carrera.
El resiliente es aquel que se resiste a quedarse inmóvil por un problema, tormenta o crisis.
No hay duda que hay golpes en la vida que duelen, lastiman y debilitan pero lo cierto es que aún así estos no tendrán la capacidad de destruirnos y mantenernos en el suelo si mayor es nuestro ánimo por reincorporarnos y seguir hacia adelante.
El golpe no será tan fuerte si mayor es tu espíritu resiliente y tu ánimo por levantarte y dar la batalla otra vez. Las heridas pudieran causar dolor, pero no podrán mantenerte en el suelo si tu espíritu de lucha es real, intenso, profundo y verdadero.
Derribados pero no destruidos…esta frase me recuerda que no existe problema con el poder de postrarme permanentemente, pues Dios ha puesto en mi interior la capacidad de levantarme y avanzar, de ponerme de pie y pelear como buen soldado y de correr como un atleta que ha sido equipado no para rendirse, sino para triunfar.
Si alguna dificultad te ha sacado de la carrera no es momento de permanecer postrado sino de rebotar, levantarte y regresar a la batalla porque nuevas victorias te esperan.
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