Cuando pienso en mi vida me estremezco al comprobar que en reiteradas ocasiones le asigno muy poco valor al paso del tiempo. Claro, desde mis años juveniles tengo la impresión que todavía hay mucho por delante… pero hace poco más de un año sucedió algo que me sacudió.

(Photo by: Unplash)
Uno de mis mejores compañeros de la escuela primaria, con quien compartimos juegos, estudios e ilusiones, falleció en un accidente automovilístico. Así de instantáneo, así de duro.
¡Qué trágica noticia! Inmediatamente su recuerdo vino a mi mente y sentí su partida con una profunda tristeza interior, recordando las estrofas de aquella famosa canción, que dice: «Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío…»
Pero aquel hecho, sumado a diversas circunstancias, me llevaron a reflexionar sobre mi vida y a evaluar seriamente cómo utilizo el principal recurso no-renovable: el tiempo. ¿Para qué estoy en este mundo? ¿Qué hago con los días que me son asignados?
Fue entonces cuando leí el siguiente poema:
Para comprender el valor de un año, Habla con el alumno que reprobó.
Para comprender el valor de un mes, Habla con la madre de un bebé prematuro.
Para comprender el valor de una semana, Habla con el redactor de un semanario.
Para comprender el valor de un día, Habla con el obrero que debe alimentar seis hijos.
Para comprender el valor de una hora, Habla con los amantes que ansían verse.
Para comprender el valor de un minuto, Habla con la persona que no alcanzó el tren.
Para comprender el valor de un segundo, Habla con quien sobrevivió a un accidente.
Para comprender el valor de una milésima de segundo, Habla con quien ganó la medalla de plata en las Olimpíadas.
San Pablo escribió: «Tengan cuidado de cómo se comportan. Vivan como gente que piensa lo que hace, y no como tontos. Aprovechen cada oportunidad que tengan de hacer el bien, porque estamos viviendo tiempos muy malos. No sean tontos, sino traten de averiguar qué es lo que Dios quiere que hagan» (Efesios 5.15-17).
Quien ignora el valor del tiempo no hace más que gastar sus años en esfuerzos, ansiedades y tonterías. Ocurre lo contrario cuando abro mi agenda y designo un claro espacio diario para estar en conexión con mi Creador, quien anhela guiar mi calendario hacia el éxito, la prosperidad y la autorrealización.
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