La tristeza en un fenómeno ciertamente complejo. Por un lado, la mayor parte de las personas que buscan ayuda pastoral confiesan sentirse tristes. Pero, por otro lado, la mayor parte de quienes buscan ayuda no están dispuestos a hacer los cambios necesarios para superar su tristeza.
(Imagen: Uplash-AdobeSpark)
A veces pienso que algunas personas tienen una relación de «amor y odio» con sus emociones. Odian estar tristes, pero disfrutan toda la atención que sus amistades les brindan con el propósito de animarlas. Dicen que no desean sentirse así, pero escuchan música triste, ven fotos del pasado y pasean por los lugares que les recuerdan sus pérdidas. Buscan escapar de su estado de ánimo negativo, pero lo toman como excusa para comerse una pinta de helado de chocolate con almendras, para comprarse una nueva pieza de ropa o para ir a ver una película en estreno.
A la misma vez, disfrutan y detestan sentirse tristes. Cuando alguien viene a hablar conmigo, le advierto que le ofrezco consejos, no terapia. Por eso, prefiero llamar a estos encuentros «diálogos pastorales», no «consejerías». Siempre le indico a la persona interesada que yo no cobro por estos diálogos, que son enteramente voluntarios y que, después de escuchar mis consejos, deben sentirse libres para tomar sus propias decisiones.
Yo escucho a la gente con amor y doy mis mejores consejos. Por lo regular, la gente sale aliviada de mi oficina, más por haber sido escuchadas que por lo que escuchan de mi. Empero, cuando pasan algunas semanas y les pregunto cómo van las cosas, la inmensa mayoría de la gente me responde que todo sigue igual. Me indican que no han hecho cambio alguno y que el problema sigue «incólume».
Es como si disfrutaran sentirse mal.
Es frustrante: la víctima de violencia no denuncia al agresor, la víctima de violación se resiste a buscar ayuda psicológica; la persona estafada prefiere no confrontar a quien le timó; la persona engañada se hace de la vista larga ante las evidencias de adulterio; y quien ha dejado de amar a su pareja continúa su vida cotidiana junto a su ella.
A veces pienso que derivan algún placer de su tristeza.
Por eso, en lugar de tomar acción, tratan de que la gente les tenga pena. Escriben en su página de red social algo así como «¿Hay alguien que me ame?» y en pocas horas tienen 50 o 75 mensajes de consuelo. Y ese paliativo les anima a permanecer en la situación negativa, a no solucionar el problema o a engañarse a sí mismas un poco más.
Si ese es su caso, yo le invito con mucho respeto a tomar una opción radical. ¿Por qué no decide tomar control de su vida, lidiando con el problema de manera directa? La vida es muy corta para desperdiciarla llorando, particularmente por quienes sólo saben hacernos daño.
Yo le exhorto, pues, a despedirse de su dulce tristeza. Con la ayuda de Dios, comience a caminar por las sendas del amor, la esperanza y el gozo. Le aseguro que no se arrepentirá.
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