¿Alguna vez te has sentido como si estuvieras viviendo en un desierto? ¿Experimentando esa sensación de que no alcanzas a ver tu destino, ni de qué manera podrás lograr algún propósito en tu vida? Comienza el año, te propones unas metas, y pides dirección de Dios, pero «cuando cierra el telón de la noche», te das cuenta de que no has logrado nada.
Cuando Moisés guio a su pueblo a través del desierto para liberarlos de la esclavitud de Egipto, ellos se desesperaron, pues, querían ver resultados inmediatos y le pidieron a su hermano Aaron que le hiciera un dios, para que fuera su guía y protector. Hicieron entonces una estatua con forma de toro, y sacrificaron animales para adorarla. Luego hicieron una gran fiesta en honor a la estatua, y estaban muy orgullosos de lo que habían hecho. (Hechos capítulos 7 TLA)
Esta lectura me hace reflexionar en cuántos «dioses» hemos construido que nos separan del verdadero santuario de nuestra vida. Me refiero al espacio que debe ocupar Dios en nuestra vida, pero que al final del día queda usurpado. Cada, día sin darnos cuenta, quedamos «atrapados» en un sinnúmero de distracciones que nos van tomando ese espacio que debemos dedicarle solo a Dios. Bien sea aspectos del trabajo, o aspectos sociales o familiares. Dios debe ser la parte más importante de nuestra agenda diaria.
Que Dios nos ayude para que podamos desarrollar el deseo de estar en su presencia, pero no solo para acercarnos con un «carrito de compras» a pedir lo que necesitamos o deseamos, sino acercarnos con una canasta llena de alabanza, agradecimiento y adoración.
Que podamos entender que solo hay un fundamento seguro: una relación genuina y cercana con Jesucristo, que NO nos abandonará en ninguna de las turbulencias. Pidamos a Dios que ponga en nosotros el deseo de anhelar estar en su presencia y decir como el salmista:
Como el ciervo anhela las corrientes de agua, así suspira por ti, oh Dios, el alma mía. (Salmo42.1)
Debemos aferrarnos al Espíritu Santo, que es nuestra guía y consejero, que nos guía por el camino en que debemos andar… (Lucas 12:12; 1 Corintios 2:6-10).
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