Cuando alguien nos falla, nos defrauda o perjudica… ¡cuántos deseos de venganza invaden nuestra mente! La vida nos ha dado amigos y enemigos, y con ambos hemos tenido la oportunidad de practicar el perdón mutuo. En relación a este asunto, a través de los años experimentamos diversas sensaciones, y transitamos distintas líneas de pensamiento.

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Por ejemplo, hay gente que promueve una especie de «perdón mágico», adjudicándole a éste la solución a todo conflicto interpersonal. Otros, además, utilizan el perdón como una vía de escape emocional frente a los recuerdos tristes del pasado, estrategia cuyo resultado muy pocas veces logra satisfacer el vacío y la frustración del ser interior. Pero también hay personas sinceras y valientes, que en medio del dolor y de la adversidad han sabido elegir el camino del perdón.
El perdón lo damos por amor, aunque el otro no lo merezca. ¿No hace Dios así con nosotros? Perdonar quizás no haga que la otra persona cambie… ¡pero le aseguro que usted experimentará libertad y paz en su vida!
Cuando escogemos perdonar nos liberamos de toda carga emocional hacia la otra persona, a la vez que construimos un espacio de libertad en el que el otro puede reconsiderar su error y cambiar de actitud.
Jesucristo dijo: «…si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que también su Padre que está en el cielo les perdone a ustedes sus pecados» (Marcos 11.25-26).
No andemos por ahí con una sonrisa prefabricada, diciendo: «todo está OK», pasando por alto la situación de conflicto. Eso no es perdón.
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