Soy una mamá cansada que de vez en cuando se detiene y se pregunta cuándo volverá a sentir energías como las de aquellas épocas pre-dos-hijos-menores-de-cuatro-años. Por lo mismo, leo libros sobre el tema, escucho consejos y trato de dormir en ratitos.
(Imagen by Zach Vessels on Unsplash)
Pero como suele suceder, Dios me sorprende y me hace leer Éxodo 33:14: Y él (Dios) dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso.¡Qué promesa! Dios irá conmigo. Dios me dará descanso. Pero entonces leo lo que Oswald Chambers dice:
Dios nunca tiene prisa, y su dirección es tan rigurosa y tan sencilla, tan dulce y satisfactoria, que sólo el espíritu de niño puede discerniría. Pero ésta es la meta: Dios mismo.
Dios no tiene prisa. No tiene prisa en moldearme, ni en darme el descanso de la forma que yo creo necesitar. Dios no tiene prisa de ayudarme a ver, después de cada caída, que lo que necesito no es ser mejor mamá, o mejor escritora o lograr cientos de cosas, sino él mismo.
Cuando creo que por fin entiendo un poco más de Dios, él me confunde con una vereda que yo no imaginaba. Cuando creo tener todo bajo control pasan cosas que me muestra que yo no puedo hacer nada por mí misma.
Como dice Oswald: Dios, con su divina dirección, destruye ese terrible obstáculo de tomarnos demasiado en serio.Me tomo demasiado en serio como mamá, como escritora, como perfeccionista. ¡Ah! ¡Quiero descansar! Gracias a Dios, él me ha prometido descanso, no la plácida paz del estancamiento, sino el descanso del movimiento perfecto.Ese movimiento que me lleva a él. Ese movimiento que me recuerda que no me debo tomar tan en serio. Ese movimiento que me recuerda que él va conmigo, y me dará descanso.
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