Nuestras vidas son el mejor reflejo de la palabra lucha. Es más: por momentos nos preguntamos si en realidad la palabra vida no será un sinónimo de lucha, pues el diccionario de la existencia humana no deja de sorprendernos a medida que transitamos sus páginas.

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Sin embargo, en un contexto cultural en el que se privilegia el hedonismo y diversos estilos caracterizados por la mediocridad, no es tan común reparar en este hecho fundamental y sus implicancias para la construcción del carácter y la interacción con los demás.
Debemos luchar en contra de nosotros mismos. Años atrás escuché una frase muy interesante: el principal enemigo en el desarrollo de tu persona… ¡eres tú mismo!¡Cuánta razón le han dado a esta declaración mis tropiezos en el sendero del crecimiento! Nos engañamos si creemos como se nos quiere vender hoy en día que alcanzaremos la anhelada felicidad si nos consentimos todo el tiempo. ¡Nada más alejado a la verdad!
Debemos luchar en contra de nuestra tendencia natural al egoísmo, en contra de los vicios que se nos adhieren cual sanguijuelas, en contra del estancamiento en nuestro desarrollo intelectual, en contra de los sentimientos de inferioridad, en contra de las tendencias y actitudes cuyo exceso tarde o temprano nos esclaviza.
Debemos luchar en contra de las circunstancias. Desde el momento en que nacemos, el esfuerzo por la supervivencia se torna un ingrediente esencial en la receta de los años que vendrán. Nuestro entorno sea mayormente amigable o todo lo contrario siempre constituye un reto para nuestro crecimiento y desarrollo individual.
Es necesario luchar en contra de los rótulos que otros intentan colocarnos (Inservible, Fracasado, etc.), en contra de las circunstancias (sean económicas, sociales, culturales) que implican un límite para el correcto desarrollo de nuestros sueños, y en contra de la inercia, cuyo lema es: aquí siempre lo hemos hecho así y no hay lugar para algo nuevo.
Debemos luchar en contra de toda acción que destruya al ser humano. A riesgo de ser interpretado de manera elástica, me permito puntualizar este aspecto porque todos los seres humanos somos responsables en mayor o en menor medida del rumbo de nuestra realidad.
Es imperioso que asumamos nuestro rol en el concierto humano y luchemos en contra de la falta de respeto por los demás, en contra de la actitud que reza: tú no te metas, no es asunto tuyo, en contra de la opresión del hombre por el hombre, en contra de la corrupción (en la política, claro, pero también en las aparentemente simples corrupciones cotidianas), y en contra de toda forma de denigración que rebaja al ser humano a la condición de una mera cosa que se utiliza y luego se descarta. Y la lista puede seguir y seguir y seguir.
Debemos luchar ¡para alcanzar la victoria! Y esto es un continuo que nos debe caracterizar hasta el día en que nuestro corazón deje de palpitar.
Me gusta como lo expresó San Pablo: todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre. Así que yo no corro como quien no tiene meta; no lucho como quien da golpes al aire. Más bien, vivo con mucha disciplina y trato de dominarme a mí mismo, no sea que yo mismo quede descalificado.
1 Corintios 9.25-27
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