La soledad es un sentir que muchos de nosotros hemos experimentado en algún momento de nuestra vida, ya sea antes de conocer a Cristo o aun después de conocerle. Cada vez que la soledad nos abruma, nos preguntamos «¿por qué si estoy muy bien y más que bendecido siento este vacío y esta soledad?»

(Photo by: Pixabay)
En algunos casos oramos para que ese sentimiento desaparezca y en otros, buscamos desesperadamente con quién platicar. Pero esta no siempre es la mejor solución. El libro de Génesis 2:18 dice «No es bueno que el hombre esté solo». Este versículo nos habla de la posibilidad de soledad en el hombre, pues aunque tenía perfecta comunión con Dios, no tenía con quién compartir todo lo que Él le había dado, pues aún no había otro ser igual al hombre.
Aquí vemos la verdadera soledad en su máxima expresión y Dios la suplió con la máxima expresión de compañía; su ayuda idónea. «carne de su carne y hueso de su hueso».
De lo anterior entendemos que Dios hizo al hombre con una necesidad de compañerismo (relaciones humanas), creando también la forma de suplir esa necesidad; primeramente dentro de la familia, seguido de los amigos y coronado con el compañero o compañera ideal para cada uno de nosotros.
Con frecuencia las personas que experimentan «soledad», aun estando rodeados de familiares, amigos, la esposa o el esposo, han confundido el término «soledad» con: la necesidad de amor, no el amor de una familia, ni el amor de un amigo (fileos), ni aun de su pareja (fileos, eros) sino exclusivamente la falta del amor de Dios (agape). Esto es muy comprensible en aquellas personas que no han recibido a Dios en su corazón, y tratan, indefinidamente, de suplir ese amor con actividades sociales, logrando a lo mucho, distraerse de la verdadera necesidad: Dios y su amor.
Sin embargo, aunque nosotros hayamos evangelizado haciendo alusión al enorme espacio en nuestro corazón que solo puede ser llenado por el amor de Dios, llegamos a olvidarnos de que necesitamos buscarle a Él diariamente con todo nuestro corazón («me buscaréis y me hallaréis porque me buscaréis de todo vuestro corazón»).
En concreto: La verdadera soledad se suple con; nuestra familia, amigos, y en su tiempo, con nuestra pareja ideal. La necesidad de amor de Dios, que frecuentemente confundimos con soledad, solamente puede ser suplida al estar un tiempo cada día con nuestro Padre celestial y escuchar su corazón decirnos: «Te amo hijo mío».
Deja una respuesta