La polémica ha quedado zanjada. El viejo acueducto subterráneo que recorre la ciudad de Jerusalén a 52 metros de profundidad es en efecto el túnel de Siloé al que alude la Biblia y que mandó construir Ezequías, rey de Judá durante su reinado, entre los años 727-698 antes de Cristo.

(Image by Jim Black from Pixabay)
Frente a las últimas teorías que afirmaban que esta obra de perfeccionada ingeniería es posterior a aquella época, un equipo de investigadores de la Universidad Hebrea de Jerusalén y de la Universidad Británica de Reading ha demostrado que las excavaciones y trabajos fueron realizados alrededor de 700 años antes de nuestra era.
La prueba de datación por carbono 14 aplicada a muestras de escayolas y maderas de un fragmento del túnel, así como la de datación por uranio-torio de estalactitas que crecieron una vez perforado el canal, confirman el resultado de la investigación, publicado en la revista científica Nature.
Es la primera vez que una estructura mencionada en el Antiguo Testamento (en este caso, en el II Libro de los Reyes y en el II Libro de las Crónicas) ha sido datada por métodos radioquímicos, basados en la desintegración de elementos radioactivos. El túnel, de 533 metros de largo, entre 0,58 y 0,65 metros de ancho y una altura que oscila entre 1,1 y 3,4 metros, fue construido sin utilizar soportes intermedios de hierro, lo que realza el valor de su ingeniería, que presenta un curso tortuoso que los expertos atribuyen a una adaptación a las formaciones rocosas perforadas.
Ante el asedio en 701 AC de los asirios, capitaneados por Senaquerib, y el peligro de que la ciudad santa se quedara desabastecida de agua, Ezequías, que llegó al trono con 25 años a la muerte de su padre, Ajaz, pensó en cómo dar de beber a la ciudad, al tiempo que impedir que los asaltantes tuvieran acceso al agua. Para ello, el Rey Virtuoso consultó a sus sabios y mandó perforar un canal en la roca del valle de Cedrón para conducir el agua desde el Manantial de la Doncella, a las afueras de Jerusalén, hasta el otro extremo de la ciudad, en cuya desembocadura fue construida la alberca de Siloé. En estas aguas, según el Evangelio de San Juan, Jesús curó a un ciego de nacimiento.
En 1880, un niño que se estaba bañando a la salida del túnel descubrió en un fragmento de la roca una inscripción de seis líneas en hebreo, que más tarde interpretó Conrad Schick, uno de los primeros exploradores de Jerusalén. Pero el libelo, hoy en el Museo del Antiguo Oriente de Estambul, no hace referencia a la fecha de las obras, sino a algunas de las etapas por las que fueron avanzando. Con frases entrecortadas, describe el momento del encuentro de los dos grupos de trabajadores que perforaron la roca desde cada extremo del túnel y cómo las aguas iniciaron su recorrido.
Esta inscripción describe los procedimientos de la construcción del túnel y narra cómo los obreros comenzaron a trabajar desde ambos extremos, y cómo se aproximaron excavando hasta que finalmente se encontraron en el centro:
«[El túnel] fue perforado. Y ésta fue la manera en que fue cortado. Mientras [los obreros] estaban aún [levantando] hachas, cada uno hacia su vecino, y mientras faltaba cortar todavía tres codos, [se oyó] la voz de uno que llamaba al otro, pues había una grieta en la roca del lado derecho [y en el izquierdo]. Y cuando el túnel fue perforado, los picapedreros dieron hacha contra hacha, cada uno hacia su compañero; y el agua fluyó desde el manantial hasta el estanque por 1.200 codos, y la altura de la roca sobre las cabezas de los picapedreros era de 100 codos».
La inscripción ha sido extraída y ahora está en el Museo Arqueológico de Estambul.
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