Hace algunos años Dios me dio la bendición de visitar a Grecia. En mi visita estuve en varias ciudades: Atenas, Corinto y tres de las islas griegas Mykonos, Delos y Santorini, una de las islas más famosas del Mar Egeo.

(Photo by: Aradi Vega-Rivera)
Atenas, Delos y Corinto son ciudades rodeadas de una historia impresionante que abarca cientos de siglos antes de Cristo. Estar allí y visitar lugares donde ocurrieron eventos que narra la Biblia —como el Areópago donde Pablo ofreció su excelente discurso a los atenienses; y en Corinto, donde vivió y fue sometido a juicio por su fe cristiana; fue para mí una emoción indescriptible.
Por otro lado mi visita a Delos, fue diferente. Esta isla inhabitada fue declarada en 1990 patrimonio de la UNESCO. Hoy día Delos no es otra cosa que un inmenso yacimiento arqueológico donde yacen los restos de la colosal estatua de Apolo, el keratón, altar en honor de Apolo, una de las siete maravillas del mundo antiguo; los restos de lo que fue el antiguo teatro, la casa de Dionisio y Cleopatra y la célebre Terraza de los Leones que con sus bocas abiertas representaban una adoración permanente al dios Apolo, entre otros.
En su época de gloria, Delos —cuyo yacimiento arqueológico se extiende sobre 95 hectáreas—, fue el centro mercantil más importante de la época. Pero además, fue uno de los lugares más sagrados para los griegos ya que según la mitología griega, fue el lugar donde nacieron los gemelos Apolo y Artemisa, hijos de Zeus y Leto.
Además de la adoración que se le brindaba a estos dioses, para responder a los deseos de los comerciantes extranjeros, se erigieron pequeños templos, edificios sagrados en la zona de las colinas de la isla, a otros dioses como Isis, Serapis, Anubis y Hera, entre otros.
Ver todo aquello me provocó emociones encontradas. Por un lado, sentí una gran admiración por la capacidad, creatividad e inteligencia de aquella generación. No podemos ignorar que Grecia fue la cuna de la civilización donde se creó la democracia y donde surgieron los pensadores más importantes de la historia como Aristóteles y Platón entre otros.
Pero por otro lado sentí una gran tristeza al ver lo que quedó de aquella isla cuyos habitantes invirtieron sus esfuerzos en rodearse de poder y majestuosidad, pero sobre todo, dándole un lugar preponderante a su fe. Como testigo mudo de su adoración emergen las ruinas de lo que fueron sus templos de adoración.

(Aradi con su esposo Melvin Rivera)
Siento que al igual que Delos, nuestro mundo habita en medio de escombros, pero de otro tipo. Un mundo en ruinas donde prevalece la desigualdad, la injusticia, y la falta de compasión y respeto por el ser humano.
Es en medio de estos escombros donde la población cristiana no solo arriesga su vida buscando abrirse paso en medio de culturas donde su fe es prohibida sino que se enfrenta a una generación posmoderna que aunque no es hostil a todas las demandas de la verdad del Evangelio, sí es muy selectiva acerca de qué tipo de verdad está dispuesta a recibir y aceptar.
No hay duda que esta generación cristiana enfrenta unos retos que requieren de fidelidad bíblica y teológica, pero estos elementos deben ir de la mano con una extraordinaria sensibilidad cultural y un profundo amor por los seres humanos atrapados en este torbellino que llamamos modernidad.
La Iglesia tiene que aprender no sólo a presentar honesta y valientemente las verdades bíblicas, sino también hablar del Evangelio con verdadera humildad. En otras palabras, hay que dejar claro que no somos un grupo de superiores moralmente hablando a un grupo de inferiores moralmente, sino simplemente un grupo de cristianos que fuimos redimidos por la gracia de Dios para guiar con amor a otros hacia la búsqueda y aceptación de esa misma gracia que recibimos de parte de Dios por medio de Cristo.
El apóstol Pablo en la 2da. carta a Timoteo [Capítulo 4, versículo7] expresó: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe». Pablo fue capaz de mirar hacia atrás en su ministerio y declarar la satisfacción de que había terminado su carrera por la gracia y la misericordia de Dios.
La declaración de Pablo debe ser la meta de todos nosotros. Nuestro llamado no es completo hasta que, al igual que Pablo, podamos saber que hemos terminado nuestro carrera. Para la mayoría de nosotros, la carrera todavía no ha terminado y nuestra meta se vuelve cada día más urgente en medio de los escombros que intentan ahogar nuestro proclamo de fe y esperanza.
Ante este panorama, sin entrar en aspectos teológicos o proféticos, me pregunto entonces, ¿Habrá una nueva generación que pueda contar la historia de nuestra fe cristiana de la misma manera que hoy día se cuenta la de Pablo? ¿O para entonces habremos perdido la batalla?
Deja una respuesta