Aunque nadie le preguntó su nombre en el barrio, jamás podrán olvidar lo que hizo. Estuvo poco tiempo, pero marcó la diferencia. Le enseñó a todos la importancia de saludar y sonreír en las mañanas.

(Photo by: Pixabay)
Poco a poco, sin desanimarse, imprimió una nueva actitud en la gente. Fue paciente. No se dio por vencido. Guardó la esperanza de traer cambios. Y lo logró. Y lo más importante: ese cambio fue en las personas. Su huella fue imborrable.
Todas las mañanas me ofrecía un billete de lotería. «Hoy es el día de su suerte», decía sonriendo. Lo hacía desde su carrito de madera. No tenía piernas, ni siquiera una silla de ruedas, pero aún así, era un monumento a la alegría, la fe y la esperanza. ¿Su edad? No podría determinarla, porque se escondía tras un rostro iluminado por las sonrisas.
Nunca le compré lotería pues no acostumbro hacerlo. Pero junto con los demás residentes en la cuadra, aprendimos una gran lección que no tiene precio: decir un «Buenos días» embargados por el optimismo, acompañar nuestras palabras con una sonrisa e intentarlo de nuevo, así nos digan «No».
Un día cualquiera no lo volvimos a ver. Se fue. ¿A dónde? Nadie lo sabe. Pero sí sabemos que dejó un gran vacío. Cambió nuestra actitud frente a la vida en cada amanecer.
Su vida puede marcar la diferencia. Una persona puede traer cambios allí donde se encuentra. Por supuesto que no lo logrará en un día, o dos. Pero si persiste, la transformación se verá a su alrededor.
Podemos sembrar fe y alegría o por el contrario, amargura y desesperanza.

Photo by: Pixabay
Estas actitudes son como una enfermedad. Se contagian. Experiméntelo hoy. Llegue a casa con una sonrisa. Salude con alegría y sonría. Simplemente eso.
¿Qué nadie le contesta el saludo? No importa. ¿Qué todos tienen cara de mal humor? No se desanime. ¿Qué lo ignoraron? No preste atención. Puedo asegurarle que si persiste, en pocos minutos habrá contagiado de alegría a todos.
Nuestra actitud se transmite. Eso es evidente. Sólo basta que lo experimentemos. ¿Cómo saber si es eficaz cuando nunca lo hemos intentado?
El Señor Jesucristo planteó este principio transformador. Lo compartió con sus discípulos. Y lo hizo a partir de un ejemplo sencillo. «(Jesús) les contó otra parábola más:»El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina hasta que todo fue leudado.» Mt 13.33
¿Qué hacer?
Ante todo, admitir nuestras fallas. Es un buen comienzo. Reconocer que quizás somos apáticos o tal vez, nos falta alegría. No es fácil. Es un reto. Requiere honestidad y valentía, con nosotros mismos.
El segundo paso, es disponernos a cambiar. En nuestras fuerzas, resultará difícil. Pero con ayuda de Dios, será fácil. Él nos da su mano para avanzar. Si cometemos un error o nos traiciona la vieja naturaleza, amargada o sin alegría, Él no nos cuestionará sino que colocará ánimo en el corazón para proseguir.
El tercer paso, es dar pasos adelante. Caminar en esa actitud de cambio. Esa disposición, transformará, nuestra forma de pensar y de actuar, pero también la de quienes nos rodean.
No lo olvide, usted puede marcar la diferencia…
(autor desconocido)
¿Ya aceptó a Jesús?
No podría terminar sin invitarle para que tome la mejor decisión de su vida. Que acepte a Jesucristo como su único y suficiente Salvador. No le estoy diciendo que cambie de denominación religiosa o que se vuelva un fanático. Nada de eso. Le estoy invitando para que reflexione en la necesidad que tiene de abrirle la puerta de su corazón a Dios. Es sencillo. ¿Quiere hacerlo? Pues hágalo, incluso frente a su computador.
Dígale: Señor Jesucristo. Reconozco que mi vida necesita un cambio. Anhelo ser una nueva persona. Ser ese ser especial que tú quieres que yo sea. Te abro las puertas de mi corazón. Ayúdame tú a cambiar. Gracias por darme la oportunidad de comenzar de nuevo y abrirme las puertas a la vida eterna. Amén.
Deja una respuesta