Cuando alguna tragedia llega a mi conocimiento, sea por medio de los periódicos o los noticieros en la televisión, suelo cuestionarme cuál sería mi actitud si yo estuviera en el lugar de la persona perjudicada?
Por ejemplo, me pregunto qué pasaría si…
…una pandemia como la que estamos atravesando alcanzara mi vida o la de algún ser querido.

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…una catástrofe natural arrasara con mi vecindario, destruyendo mi casa y mis recuerdos…
…una enfermedad terminal consumiera mis días, minutos y segundos…
…mi libertad de expresión se viera coartada por un gobierno totalitario…
…los ahorros que reuní con el sudor de mi frente se evaporaran en manos de un financista estafador…
…mi país se viera amenazado todos los días por otra nación de mayor poderío militar…
…un ser querido muriera como víctima del vandalismo y la delincuencia…

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Tú y yo podríamos enumerar una larga lista de posibles escenarios. Hechos que – en definitiva – golpean nuestro corazón y nos confrontan con una pregunta fundamental: quiénes somos en realidad.
Días atrás tuve la oportunidad de conocer personalmente a Juan José Cortés, pastor evangélico de la comunidad gitana en España. Por invitación de un amigo, asistí a un encuentro en el que Cortés hablaría acerca de su experiencia como padre que hacía algunos meses había perdido a su hija en manos de un sinvergüenza que abusó de ella y la asesinó sin piedad.
Es difícil hallar palabras para describir el impacto que causó en mí escuchar a este hombre que ha revolucionado su nación con la premisa de buscar justicia en lugar de venganza, sostener el amor por el enemigo en vez de dar rienda suelta al odio y proclamar la esperanza en Dios – a pesar de todo – en lugar de caer en una suerte de ateísmo facilista muy común en nuestros días.
No siendo capaz de expresarlo de una manera adecuada – reitero – transcribo a continuación un recorte del periódico “El Mundo” que describe a Cortés y su entereza con las siguientes palabras:
“¿Alguien recuerda las enseñanzas de Job? El hombre que lo perdió todo, la salud, la familia, las riquezas materiales, todo, menos su fe en Dios y la alegría y paz que ello supone para quienes tienen esa fe. Juan José Cortés, padre de Mari Luz, la niña secuestrada y muerta a manos de un pederasta, ha perdido lo que nadie está preparado para perder: un hijo; peor aún que eso, una hija pequeña.
“Sobrevivir a un hijo es algo antinatural, contra lo que el cuerpo, la mente y el corazón se rebelan. Juan José, sin embargo, ha convertido su tragedia en enseñanza. Su dolor en fuerza. Su tristeza en paz. Enseñanza, fuerza y paz que derrocha a manos llenas entre quienes le rodean. No es que la muerte de la pequeña Mari Luz le haya hecho grande. La tragedia simplemente ha arrojado luz sobre un hombre que ya era y que sigue siendo, inmenso”.*
¿Qué clase de persona somos? Eso, en definitiva, es lo que de veras importa.
Por Christian Franco
www.cristianfranco.org
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