La primera vez que escuché esta afirmación fue en una predicación de un conocido orador en una convención de empresarios cristianos en Lima, Perú, evento al que asistimos unas 100 personas reunidas de distintos países del Continente. De esto hace ya varios años, y sin embargo su enunciado sigue sonando en mis oídos con más fuerza que nunca porque hoy compruebo con horror cómo centenares de líderes cristianos tiran al tacho de la basura su liderazgo por falta de buen carácter.

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He aquí mis reflexiones de lo que Dios me habló en aquella ocasión por medio de ese predicador, quizá mis apreciaciones también le sirvan a usted.
Somos ungidos por gracia, no por capacidad
El término “unción” es bastante popular entre los cristianos de tipo pentecostales y en demasía entre los de tipo neo-pentecostales y/ó carismáticos; estos últimos se han “apropiado” del término dándole una connotación de poder, superioridad y cierto misticismo religioso; sin embargo el origen de la palabra unción es bastante sencilla, proviene del acto de “ungir” que es “derramar aceite sobre una superficie, ya sea una persona o cosa”.

Image: Anointing of David, from the Paris Psalter, 10th century (Bibliothèque Nationale, Paris).
En la época del Antiguo Testamento se daba al aceite diversos usos, uno de ellos era sanar las heridas externas de la piel derramando aceite sobre ella. Este acto de “derramar para sanar” con el paso del tiempo cobró otro significado, impulsado principalmente por la escuela profética semita: Ungir a los futuros monarcas que gobernarían la nación (“derramar para gobernar”). Los profetas derramaban aceite sobre aquellas personas que eran designadas por Dios para reinar ––los ungían con aceite––, simbolizando así que la presencia de Dios se derramaba sobre la persona desde la cabeza hasta la planta de los pies (aunque el aceite derramado nunca llegaba literalmente a los pies; se echaba sobre la cabeza y chorreaba hasta la barba cayendo en el pecho de la persona, un acto nada agradable y hasta fastidioso, pero era un rito sagrado). Así entonces encontramos el caso de la unción de Saúl a quien Samuel derramó aceite sobre su cabeza y lo nombró rey (1ª Samuel 10), lo mismo pasó con David (1ª Samuel 16) y otros monarcas veterotestamentarios.
Los ungidos no debían considerarse superiores al resto de sus hermanos sino afortunados de haber sido designados por Dios para ser sus “qadosh”, es decir, “apartados”, “consagrados”, “separados” por Dios y para Dios a fin de ejercer una tarea dentro de la comunidad. Los “qadosh ungidos” debían mostrar humildad y disposición al servicio, jamás pensar que eran merecedores de tal honra, al contrario, mantenerse en completa dependencia de Aquel que los había ungido.
Hoy en día se utiliza el concepto “unción” para referirse a la presencia de Dios derramada sobre una persona, un servicio cúltico, un ministerio, una organización cristiana, un proyecto con principios bíblicos entre otros; tal interpretación está en correcta relación con el origen del término “unción”, el problema es que algunas personas y ministerios se autonombran ungidas cuando en verdad nadie ha derramado aceite sobre ellas y lo que es peor, Dios no las ha hecho sus qadosh sino que ellas mismas creen que han sido ungidas y se comportan de manera equívoca a como un verdadero ungido debería hacerlo.
Pero por otra parte es justo señalar que así como existen los auto-ungidos también hay personas, ministerios u organizaciones cristianas que cuentan con el respaldo de Dios, con Su presencia; ellas han recibido el poder de Dios, los dones, las habilidades, los recursos necesarios para hacer el trabajo divino aquí en la tierra, trabajo de servicio, amor, misión; los tales en verdad son ungidos por el Señor. Ese tipo de personas u organizaciones fueron separadas por el Espíritu Santo y empoderadas por Él pero no andan diciendo a los cuatro vientos que son “ungidas” o “qadosh”, no lo necesitan, sus hechos hablan por sí mismos. Ese tipo de “ungidos” muestran humildad, dependencia en Dios y una vida acorde a los principios del Reino.
Para finalizar esta parte quiero señalar algo importante: La unción viene de Dios y no del hombre, es Él quien unge (derrama su presencia, poder, talentos, bendiciones, recursos) sobre una persona, organización o proyecto; es un acto de gracia que nada tiene que ver con las capacidades del ungido. El ungido llega a ser ungido cuando la unción ha sido derramada sobre él, es la unción quien hace al ungido un ser útil para el servicio de Dios y no al revés.
El carácter puede ser mi amigo o mi enemigo

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¿Qué es el carácter? ¿cómo podríamos definirlo? Antes de intentar explicar su significado permítanme hablarle de dos componentes más en la basta complejidad del ser humano.
Temperamento: El temperamento es el componente estable y hereditario de los rasgos afectivo-dinámico del hombre. Es el esqueleto o el armazón ––para que me puedan entender––, que sostiene todo lo demás. Es un componente heredado y es fijo, es decir, el temperamento es inamovible, no se puede cambiar.
Personalidad: La personalidad es el resultado del temperamento y el carácter. No ahondaré más en esto porque hay suficiente información en el universo de internet para que usted mismo investigue, aunque me permito recomendar el libro “Enriquezca su Personalidad” de Florence Littauer, donde no sólo aprenderá, sino que se divertirá al descubrir porqué actúa como actúa.
Ahora sí, hablemos del carácter
El carácter es la forma individual en que el temperamento se muestra en el ser humano, es la característica que hace distinto a un hombre de otro en cuanto a su comportamiento. El carácter es la marca de todo hombre y mujer, es la forma en la que nos distinguimos del resto por la manera en que nos comportamos, sentimos, reaccionamos o enfrentamos a la vida. El carácter se aprende con la experiencia (los padres, familiares, entorno social, educacional, religioso y hasta económico van formando el carácter del individuo conforme crece). El carácter se moldea a través de los años e incluso se puede cambiar. Las personas que dicen “yo soy así, tengo mal carácter y nada puedo hacer le guste a quien le guste”, en verdad se están mintiendo porque sí pueden hacer algo: cambiar su carácter (lo cual no ocurre con el temperamento porque es hereditario y nada podemos hacer).

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En Génesis 2:7 dice que fuimos hechos del polvo de la tierra, en algunas versiones se menciona que fuimos creados de arcilla, barro, y por tanto con la capacidad de adaptarnos al entorno que nos rodea. Gerard von Rhad, el conocido autor de los libros “Teología del Antiguo Testamento volúmenes 1 y 2”, afirma que en el relato de la creación de Génesis se quiere dejar en claro a los lectores que Dios creó al ser humano con una habilidad única: la plasticidad. Es decir, la capacidad de adoptar diferentes formas tanto de pensamiento como de comportamiento en la medida que vamos creciendo y convirtiéndonos en personas, y esto implica por supuesto nuestro carácter el cual también es plástico, es decir adaptable, maleable, moldeable…, ¡somos barro que puede cambiar para bien!
Termino esta parte diciendo que el carácter son todas aquellas características que nos definen, que nos muestran al mundo y por las cuales somos juzgados, valorados o despreciados. Estas características controlan nuestra actitud en la vida, el carácter influye la forma en que nos conducimos en este peregrinaje que el Dios del Universo ha designado para los mortales. El carácter por tanto puede ser un poderoso aliado en el logro de nuestras metas o muy por el contrario nuestro peor enemigo. Pablo dijo: “Lo que no quiero hacer eso hago, y lo que debo hacer no hago” (Romanos 7:19-25), pero él no se conformó con esto, él luchó con ahínco porque sabía que podía domesticar su ser (1ª Corintios 9:27).
La unción sin carácter te mata, CONCLUSIÓN
Del sermón de ese predicador del cual les conté al principio de este artículo aprendí lo siguiente: “Si no mejoro mi carácter —en el caso que me esté dando problemas—, por más unción que tenga, tarde o temprano fracasaré miserablemente”.
Ejemplos bíblicos que respalden mi tesis hay por montones, pero quizá quiera recordar algunos pasajes escriturales:
- El fatídico caso de Sansón quien había sido consagrado por Dios para su gloria, era un “qadosh” cuya misión era liberar a Israel de la opresión filistea, y de hecho lo hizo en varias oportunidades con muestras de fuerza sobrehumana, y sin embargo su comportamiento inmoral, su falta de disciplina y su pasión sin medida hacia el sexo opuesto le pasaron la cuenta. Sansón fue un ungido ¡y vaya que el poder de Dios se manifestaba en él!, pero su carácter lo traicionó toda su vida. Sansón pudo mejorar, cambiar, disciplinarse pero escogió no hacerlo (ver la vida de este hombre en el libro de Jueces).
- Otro caso es el del rey Salomón quien con toda su sabiduría la cual le fue dada por el Señor en los inicios de su reino terminó sus días influenciado por religiones paganas, durmiendo con mujeres extranjeras (algo prohibido por la ley mosaica) y machacando al pueblo con pesados impuestos imposibles de pagar. Salomón también fue un ungido, un qadosh de Dios pero su carácter lo mató, su carácter lo hizo pedazos sumiéndolo en la vergüenza personal y nacional (ver la vida de este hombre en 1ª Reyes 3 al 11).
- ¿Y qué me dicen del apóstol Pablo? El gran misionero de la iglesia cristiana del primer siglo también tenía un carácter traicionero, así lo dejan ver algunas de sus cartas donde su mal genio hacia temblar a sus feligreses (Gálatas 3 muestra una ventana hacia el carácter del apóstol). Otro episodio en su vida es cuando discutió con su compañero de misiones Bernabé porque éste quería llevar nuevamente al joven Juan Marcos quien los había abandonado en cierto trayecto de la jornada misional, el intolerante Pablo se opuso y discutió tan fuerte con su amigo y padre espiritual Bernabé que se separaron (Hechos 15:36-41). Es más, algunos paulólogos sostienen que el versículo que dice que Pablo tenía un aguijón en la carne que lo “aguijoneaba” no se refiere a una enfermedad física, como comúnmente se interpreta, sino que hacía referencia a su “mal carácter” el cual le causaba mucho sufrimiento y hacía sufrir a otros (2ª Corintios 12).
Finalizo diciendo que si bien la unción de Dios, es decir la presencia del Señor, respaldo, bendición y poder divino, es algo críticamente importante para quienes realizan trabajo ministerial, también lo es el carácter disciplinado, entrenado y modelado por Cristo en nosotros. Por tanto si no mejoramos nuestra forma de pensar, hablar y actuar —por más liderazgo que tengamos, por más bien que prediquemos, por más don de gentes que irradiemos, por más unción que tengamos—, terminaremos como Sansón: “Y Jehová lo había abandonado, pero él no lo sabía” (Jueces 16:20).
La unción sin carácter es como aquellos deportistas de talla mundial que son talentosos, millonarios, famosos y poderosos, pero que su carácter deja mucho que desear. Cuidado nos parezcamos a ellos, más bien parezcámonos a Cristo tanto en unción divina como en comportamiento de vida.
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