¡Qué sentimiento de dolor e impotencia embarga nuestro ser!… cuando vemos que pueblos y ciudades son destruidos por las guerras, dejando a familias enteras sin hogar, sin nada y con la incertidumbre de no saber qué ha sido de sus seres queridos.
- ¿Cómo seguir adelante?
- ¿Qué de su fe?
- ¿Es posible vivir normalmente?
- ¿Te has preguntado alguna vez qué pasa con ellos?

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Imagínate que de repente vengan enemigos, destruyan todo y te lleven cautivo, sería horrible, ¿verdad? Es posible que sentimientos de odio y deseos de venganza llenarían nuestro corazón, veríamos nuestro futuro arruinado y quizás una gran depresión invadirían todo nuestro ser.
A veces, no es la guerra, sino simplemente circunstancias de la vida que truncan nuestros sueños. ¿Qué sucedería si de repente desaparece la posibilidad de seguir adelante con lo que nos habíamos propuesto y debemos mudarnos de ciudad o lugar? Allí todo sería nuevo, no conoceríamos a nadie y estaríamos sin medios dependiendo de otros. ¿Qué haríamos? ¿Seguiríamos tan gozosos como antes? ¿Sentiríamos deseos de hablar del poder de Dios y de su amor por nosotros?
¡Cuánto dolor y necesidad hay en nuestros países! ¡Cuántos sueños que no se han hecho realidad! Eso ha ocasionado que muchos jóvenes ya no hablen del amor de Dios y de su poder regenerador, el cual produce gozo, aun en las peores circunstancias de la vida.

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En la Biblia (2 Reyes 5:) se narra una historia ubicada en Siria de donde habían salido bandas armadas, las cuales llegaron a Israel, destruyendo, matando y llevando para sí, lo mejor del lugar incluyendo a jóvenes, a las que luego usarían como esclavas. Entre ellas había una joven (la Biblia no da su nombre) que fue llevada cautiva y que servía, nada menos, en la casa del general. Es decir, que estaba en el hogar de quien había dirigido la muerte y destrucción de su pueblo y de su familia, usándola como esclava, luego de haber destruido sus sueños, felicidad y todo lo que una muchacha siente y desea en esa edad.
En el hogar donde estaba, había un gran problema, el general, ¡era leproso! ¿De qué le servía ser valeroso, grande delante del rey y ser tenido de gran estima delante de él? ¡Cuánto dolor y congoja veía esta muchacha en esa familia! Ella podía pensar que era un castigo de Dios, que se lo merecía, y sobre todo, que no estaba con humor ni deseos de hablar de Dios, ya que él había permitido toda esta desgracia en su vida.
Sin embargo, humildemente y corriendo riesgo de ser maltratada por hablar de otro Dios, ella habla con la esposa del general que siguiendo los consejos de la muchacha, el general, no sólo recibió sanidad, sino que reconoció a Dios, como al único Dios verdadero.
Ella no perdió el gozo, siguió creyendo en el amor y poder de Dios a pesar de las terribles circunstancias que la rodearon. La pregunta que nos toca plantearnos ¿Cómo responderíamos nosotros?
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