—¿Qué esperas encontrar en un libro sobre la soltería para que lo leas? pregunté a Sandra.
—¡Una base de datos de hombres solteros!- respondió inmediatamente.
—Nada que tenga que ver con recetas fáciles de cómo vivir la soledad y la soltería- dijo Marita.
No se preocupen, no van encontrar ni lo uno ni lo otro en este artículo. Nos conocimos en la escalera de la pensión de estudiantes, tres pisos sin ascensor y sólo tres baños en el edificio. Estábamos allí para el Primer Congreso Misionero Estudiantil y Profesional realizado por el movimiento hermano de la Asociación Bíblica Universitaria Argentina (ABUA) en Brasil.
(Photo by Nisha Gill from Pixabay)
En medio de diferentes acentos portugueses y alguno que otro argentino, nos presentaron. Su nombre y apellido suena muy diferente en inglés y castellano así que en medio de gritos de pedidos de entrar al baño y de shampoo, no supe quién era hasta que una hora después, más tranquilas, conversamos sentadas en las escaleras sobre su largo viaje y descanso nocturno:
Yo dormí bien -me dijo-. Ahora, ¡no sé cómo durmió el murciélago en el respaldar de mi cama! Nos estuvimos mirando un buen rato en la noche, pero yo decidí dormir y parece que él también! En esa primera charla supe que yo quería la chispa y vitalidad de esta mujer con rasgos chinos y de tan buen humor que podía vivir entre jóvenes estudiantes siendo ella una de las principales oradoras del evento y profesional con capacitación y experiencia. ¡Ella sabía cómo disfrutar de la vida que se le había otorgado!
¿Cuándo fue la última vez que pensó en casarse?- le preguntaron en un campamento estudiantil en América Latina cuando acababa de cumplir 60 años. Tenía miedo que se molestara al traducirle la pregunta: ¿Quién les dijo que yo ya he abandonado la idea?- respondió con gracia y picardía y todos nos largamos a reír. Hoy, con más de 70 años, los estudiantes cristianos de diferentes lugares del mundo siguen invitando a Ada Lum, misionera por más de cuarenta años en Asia, para aprender del Dios vivo que conoce en Jesucristo y que ha renovado su piel y sus fuerzas. Elige vivir una vida apasionante cuando prepara el estudio bíblico para su iglesia, cuando charla con una joven con problemas en su noviazgo, enseña en el Instituto Bíblico, anima al grupo estudiantil cristiano en África Central a estudiar la Biblia con compañeros no cristianos o lleva una torta a una familia de la iglesia.
Cuando me preguntaron qué modelo de mujer tenía, a quién me gustaría parecerme, la vida, la alegría, la femineidad y el coraje de Ada inundaron mi corazón y mi cabeza.
Soledad, terrible tesoro. La soledad va más allá del estado civil, no es prerrogativa de sexos o instituciones. La soledad se puede vivir rodeada de gente, esposo incluido.
El tema de la soltería, de los solos y solas todavía nos incomoda en nuestras iglesias evangélicas.

(Photo by: Unplash)
¿Cuándo fue la última vez que escuchamos un sermón sobre el tema? ¡En muchas de nuestras iglesias ni escuchamos hablar sobre la familia! En el mundo secular se corre con ventaja. Una mujer divorciada o separada está «mejor vista», tiene más status que una mujer soltera. Las mujeres (¡y los varones solteros!) llegan a ser considerados ciudadanos de segunda clase. Observo que esta tendencia, también crece en nuestras iglesias.
Un servicio a Dios en cualquier área y estado que no se viva con gozo y agradecimiento se transforma y nos transforma en simples asalariados de Dios. Necesitamos modelos audaces y atrevidos de mujeres que sirvan al Dios en el que creen en la condición civil en la que estén. Vidas como la de Ada, la Doctora Gwendolyn Shepherd o la maestra Juana Manso o la de Dina, hermana de mi iglesia que cuando quedó sola buscó lugares donde servir: ¡ése sí que es un grupo de audaces!
Para las mujeres solteras, solas, en el campo misionero fuera y dentro del país o dentro de un hogar, les corresponde el mismo mandamiento que a todos los discípulos de Jesucristo: amar a Dios por sobre todas las cosas, buscar primero el Reino de Dios, amar al prójimo… No hay que mirar las baldosas ni nuestro propio ombligo sino mirar al Señor y al prójimo que nos rodea. Las personas son oportunidades de dar, de mostrar el amor que Dios nos ha dado primero (1 Juan 4:19) y de recibirlo nosotras.
Cuanto más nos miremos a nosotras como mujeres solas, más se quitará nuestro foco de quien vale la pena mirar, amar y seguir.

(Photo by: Unplash)
¿Qué hace cuando se siente sola? ¿La autoconmiseración la invade, siente el desamparo y el «por qué a mí»? ¿Por qué no intenta correr a los brazos de un Dios Padre que está dispuesto a cobijar su llanto y dolor, a abrazarla, y llama por teléfono a su hermana, a su amiga, no sólo para quejarse de su soledad, sino para preguntarle cómo está o cómo le fue en la semana o invitarla al cine o a sentarse a orar o compartir esa receta de cocina?
Ni la vida ni las respuestas son siempre sencillas, pero en sus manos está la posibilidad de decidir cómo quiere vivir.
Imagine algo que haya en el mundo más parecido a una mujer.
No tiene que pensar mucho para darse cuenta de que el varón es el otro ser más parecido a nosotras que existe en todo el planeta tierra y sus galaxias. Ni los animales, ni las Cataratas del Iguazú o las Sierras de Córdoba, ni el Glaciar Perito Moreno con su belleza son parecidos a nosotras. ¡Qué privilegio el que nos dio nuestro Dios creador: varones y mujeres podemos ser ayudas idóneas y compartir la administración de su creación!
Qué bendición que el Señor nos dio la posibilidad de trabajar juntos, de acompañarnos: en el matrimonio o en ministerios en la iglesia o en lugares donde ejercemos profesión o trabajamos.
Somos en primer lugar seres humanos, personas hechas a imagen y semejanza del Dios de la Biblia (Gen. 1:27-28). La humanidad viene antes que la sexualidad en el trato con nuestro Dios.
A veces somos personas que estamos casadas, solteras, viudas, divorciadas. No somos solteras, estamos solteras y ése es un estado que puede cambiar o no. Lo que importa es saber quién la habrá de acompañar, quién la va a consolar, quién la abrazará, quién le presentará nuevos desafíos. Nuestra identidad se basa en un Dios que conocemos como el Amado, esposo y padre de casadas y solteras, de solas y acompañadas.
Por Silvia Chaves, publicado con permiso.
Este artículo fue publicado primeramente en la revista Quehacer Femenino
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