Tiempo atrás saludé a un amigo mío con una pregunta muy habitual: «¿Cómo estás? ¿Bien?» La respuesta inmediata fue la que yo sugerí: «Bien». Sin embargo, el tono de la voz y el triste rostro de este amigo denotaba que algo malo estaba ocurriendo.

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Entonces me detuve, volví sobre mis pasos, y le pregunté nuevamente: «Pero… ¿estás bien de verdad?» Vaciló unos segundos y me dijo: «No, realmente estoy mal, estoy atravesando un momento muy difícil en mi vida». Pospuse mis compromisos de esa tarde, me dediqué a escucharlo y me esforcé por alentarlo a salir adelante en su situación.
¿No le parece que muchas veces andamos demasiado apresurados? Amanecemos sobresaltados por el despertador, corremos hacia la ducha, desayunamos camino al trabajo, una vez allí otros se encargan de recordarnos que debemos apurarnos para rendir al máximo, después nos damos prisa por volver a casa, cenamos rápidamente entre la escasa charla familiar y el programa de televisión (¡que para colmo empezó hace quince minutos!), para luego perdernos en unas pocas horas de sueño sin llegar a digerir por completo nuestra comida. ¡Y casi ni sabemos cómo están quienes viven bajo nuestro mismo techo!
Recuerdo la ocasión en la que fui a comprar un producto al negocio de un amigo y después de un rato de conversación me dijo: «¡Vos sí que parecés un tipo que no tiene problemas! ¡Siempre sonriendo!» Pero interpretó todo lo contrario: ¡los problemas me estaban sofocando!
Me llama la atención una frase que San Pablo, el famoso apóstol del Nuevo Testamento, empleó en su carta a los de Filipo: «Espero que pronto el Señor me permita enviarles a Timoteo… porque no tengo a ningún otro que comparta mis sentimientos y que tan sinceramente se interese por vosotros, pues todos buscan sus propios intereses» (Filipenses 2.19-21a).
El verdadero interés por los demás se demuestra en la práctica, empleando elementos que materialicen nuestras hermosas palabras y buenos deseos en acciones concretas. Preocuparse por alguien de manera sincera involucra desprenderme de mi egoísmo para poder escuchar, alentar y amar libremente.
Comience hoy mismo por las personas más cercanas a usted. Sea pragmático. Apague el televisor, deje el periódico, navegue por Internet en otro momento. A su lado hay alguien que desea desesperadamente ser escuchado por un amigo que traspase la clásica respuesta a nuestro común y corriente saludo rutinario. Por eso recuerde: al primero que vea luego de leer este artículo pregúntele dos veces «¿Cómo estás?» y seguramente descubrirá muchas cosas que antes no tenía en cuenta!
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