Tratamos de evitar el tema. Es lógico: a ninguno de nosotros nos agrada pensar en el asunto. Si dijéramos que es algo superficial estaríamos equivocados, y nadie nos creería. Pero basta con que alguien intente hablar sobre ello para que nos hagamos los distraídos y huyamos por la tangente, aterrados por la realidad de su existencia.

(Photo by: Unplash)
Hace un tiempo atrás escribí sobre una de mis tías y su lucha contra el cáncer. En aquella circunstancia expresé: -«Mi tía Oly es alguien que se ha convertido en un gran ejemplo para mí. Desde que ingresó a la familia estimé su persona, pero en los últimos años me ha enseñado mucho sobre la vida y lo que realmente vale la pena. Y no lo hizo a través de discursos magistrales, como aquellos que hablan esperando el aplauso del público. Me habló indirectamente, a través de su actitud frente a la batalla que aún lleva adelante contra el cáncer que padece».
Esta semana, tras varios meses de esfuerzo, tratamientos, y dolor, los médicos afirmaron lo que tanto temíamos: – «Hicimos todo lo que pudimos. Ya no hay nada más que hacer. El tumor ha llegado hasta los huesos y sólo un milagro podría salvarla». Triste, duro, pero real, dolorosamente real.
Esta mezcla de emociones me sacudió y al mismo tiempo desestabilizó mis pensamientos. ¿Por qué le toca a ella? ¿Cuál es la razón de tanto sufrimiento? ¿Cómo es posible que una mujer joven, con una hermosa familia y mucho por vivir, tenga que enfrentar la posibilidad de una muerte prematura? Preguntas, preguntas… y más preguntas.
Mi autor favorito, el sacerdote holandés Henri Nouwen, escribió: «¿Cuál es la respuesta humana más espontánea frente a la muerte? Prevenirla, evitarla, negarla, mantenerla a distancia e ignorarla. El sufrimiento y la muerte no cuadran dentro de nuestro programa de vida […] Muchos, al ser víctimas de alguna enfermedad grave, llegan al encuentro de la muerte sin haber pensado seriamente en ella durante sus vidas […] Pero a través de los años he llegado a comprender que para experimentar una vida plena de sentido, con todos sus momentos dolorosos (incluyendo la muerte), debo permanecer unido a Jesús» (Letters to Marc About Jesus, Harper San Francisco, 1987, pp.27,28).
En su oración a Dios, el Rey David expresó: «Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento» (Salmo 23.4).
Entiéndame. No es que mi tía se haya dado por vencida en su lucha contra el cáncer. No es que los familiares hayamos perdido la esperanza. Pero no me cabe la menor duda que la muerte, tema que tanto incomoda y disgusta, se distingue de manera diferente cuando se vislumbra desde la perspectiva de Dios.
Mi tía Oly es un claro ejemplo de esto último, y su secreto es que hace muchos años pone en práctica la paz que solamente Jesucristo nos puede dar. Cuando la vida se torna difícil y también en los tiempos de mayor felicidad, ¡qué diferencia notable es confiar en Dios y disfrutar de Su paz! Hoy, un año y algunos meses después de haber escrito esta conclusión, la actitud de esta mujer sigue vigente. ¿Y qué acerca de usted?
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