A los 26 años la vida cambió por completo para María del Carmen Gómez. Una inesperada noche se detuvo en sus ojos y se apoderó de los colores y las formas que habían sido parte de su vecindad, de su alegría y de su horizonte humano hasta horas antes.
A partir de ese momento su mano se prolongó en un adminículo blanco, encargado de facilitar su contacto con el mundo exterior.
Le había ocurrido lo opuesto a lo que fue a buscar en la Capital.
A cualquiera se le hubieran desmoronado todas las ilusiones, pero lo cierto es que a María no le ocurrió eso. Tras la desesperación del primer momento, el optimismo y la esperanza volvieron a ocupar el lugar más importante de su patrimonio anímico.
Para poder movilizarse se ilusionó con algo que había visto muchas veces en las películas: un perro lazarillo.
Siempre fue una joven activa, dinámica, entusiasta. Después de haber egresado del Instituto Avanza como maestra normal superior, estaba trabajando en General Roca, donde su diabetes congénita comenzó a ensañarse con sus ojos.
El médico que la atendía le aconsejó viajar a la Capital Federal para que le hicieran un examen profundo de la enfermedad.
Se alojó en la casa pastoral de la Iglesia Metodista, en Belgrano, y se encontró con que tenía un montón de tiempo a su disposición para hacer muchas cosas. Se anotó en cursos, fue al teatro, asistió a conferencias.
Los médicos que la atendían decidieron hacerle un tratamiento con rayo láser, que inició de inmediato.
Un día estaba lavando los platos y vio como si la luz de un tren se acercara hacia ella y, al mismo tiempo, un pomo de témpera explotara ante sus ojos con ardientes tonalidades rojas, que giraban vertiginosamente y en instantes comenzaron a adquirir matices oscuros. Luego, la noche se posó en su mirada.
Cuando se dio cuenta de lo que le ocurría subió a la terraza del edificio y, arrodillada, llorando, elevó su oración diciéndole a Dios que tenía mucho miedo de salir a oscuras por el mundo. «Señor: como abriste las aguas a Moisés, abrime el camino», imploró.
«Y en ese momento supe que iba a tener fuerzas suficientes para enfrentar lo que tenía por delante», recuerda.
«Transcurrieron casi tres meses de reposo, operaciones, tratamientos, hasta que le dije al doctor Nano: estoy perdiendo el tiempo, no puedo leer, no puedo escribir, quiero ir a una escuela para ciegos. Si algún día recupero la vista, me podré dedicar a la enseñanza de los que me necesiten».
Pronto comenzaron a llegarle oportunidades para capacitarse y llevar adelante la rehabilitación. Los médicos le brindaron toda clase de servicios y la trataron con mucha calidez.
María atesoró para siempre un archivo visual en el que desbordan 26 años de imágenes inolvidables que repasa con frecuencia y con las que sueña a veces.
Entre las imágenes que más quiere está el mar azul de la Patagonia que un día pudo ver en Puerto Madryn, y Bahía Blanca, su ciudad, contemplada en muchas ocasiones desde el 9º piso del Hotel del Sur, donde funcionaba una confitería.
Y menos olvidará aún la sonrisa de su amigo de estudios Carlos Maceratessi, ya fallecido, de quien aprendió a contemplar la vida con una expresión de gratitud y alegría.
Después María del Carmen se casó y vive con su marido –«es un santo»– y una hija adolescente, con los que comparte su inmensa felicidad.
–La balanza de mi vida siempre se inclina hacia lo bueno. Tengo una familia hermosa, amigos, gente que me aprecia, la posibilidad de pelear por mis derechos, una hija espectacular, mis padres vivos y mis hermanos.
Debemos incorporar a esa lista otra novedad –ya no tan nueva– que ayuda a inclinar en ese rumbo el fiel de la balanza: el encuentro con su inseparable Dharma, a quien conoció el 13 de febrero del año pasado, a las 13 en punto de la tarde, según lo determinado por la tradición en Estados Unidos.
Mientras conversamos con María, Dharma permanece inmóvil en el piso, como si se hubiera diluido en su propio silencio. Cuando pronunciamos su nombre se mueve, porque sabe que hablamos de ella.
Pero María suma muchas cosas más a su felicidad: el Braille que le permite leer, la música, el diálogo con sus seres queridos, el manejo de la computadora que le abre grandes perspectivas, la alegría de cumplir un trabajo solidario; el seguir aprendiendo con su hija, a quien lleva todos los días al colegio.
–Ser madre es una experiencia impresionante. Estamos creciendo las dos, yo como mamá y ella como hija.
Desde que se casó, María vive en Caseros. Se levanta muy temprano y toma dos ómnibus para ir a trabajar como telefonista y asesora en Promoción Social en la comuna de 3 de Febrero. Allí recibe y atiende a minusválidos; muchos de ellos también perdieron la visión y están desesperados. Les ayuda a recuperar las fuerzas para continuar con entusiasmo la gran aventura de la vida y acaban convirtiéndose en sus optimistas amigos.
María no vio nunca el rostro de su esposo ni el de su hija.
–No sé si es un don o una consecuencia de la voluntad, pero nunca permití que nadie, salvo mi esposo, cambiara o alimentara a mi hija. Dios permitió que perdiera mis dos ojos, pero a cambio me depositó otros diez en mis manos. Con ellos yo le detecté las paperas y la varicela. Además, tengo la esperanza de que algún día recuperaré la visión. Por eso, siempre le hago sacar muchas fotos; así, cuando sea abuelita me dedicaré a ver cómo mi niñita fue creciendo y cambiando.
Aunque no pueda contemplarse en el espejo, María conserva intactos todos sus hábitos cosméticos y su coquetería femenina. No sale a la calle sin maquillarse ni preguntar si los colores de la ropa están bien combinados. Y como es una mujer muy ocupada vive pendiente de la hora que registra en su reloj de tacto. Un lejano y anhelado encuentro.
Hace un año y medio, María del Carmen descubrió que existía una posibilidad de cumplir su sueño. A través de la computadora –posee un programa especial para no videntes– se conectó con una mujer de la Capital Federal.
La mujer y su hermano son ciegos y tienen lazarillos provenientes de la escuela Leader dogs for the blind.
La escuela, avalada por el Club de Leones, funciona en Rochester, estado de Michigan, a una hora de Canadá. Es la única que asigna perros lazarillos a extranjeros. La Argentina recibe una o dos vacantes por año.
«Para hacer la gestión preparé una carpeta con un currículum donde especificaba mis condiciones físicas, psicológicas y sociales. Porque las becas se otorgan a personas independientes que estudian o trabajan. Pero no a quienes permanecen en su residencia y salen con un acompañante», dice.
Disponer de un lazarillo implica una importante inversión y mucho esfuerzo personal. Quienes lo reciben no pueden venderlo ni comercializarlo porque es un animal de trabajo, con pasaporte internacional, que se da en préstamo. Y si el no vidente recupera la vista, su deber es devolverlo para que lo reeduquen y lo cedan a otra persona ciega.
Tras presentar su solicitud, María tuvo la fortuna de ser aceptada. Lo que implicó la necesidad de realizar un curso en Estados Unidos.
–La escuela brinda alojamiento, la comida y el curso, que dura un mes. Viajé sola en avión, con mi bastón blanco. Me recibieron en Detroit y me condujeron al hospedaje. Allí me entregaron la correa que yo, al término del aprendizaje, iba a utilizar con mi lazarillo. El lunes y el martes practicamos con el entrenador, que nos preparó para establecer el vínculo con el perro.
«Nos explicó que las órdenes deben ser dulces, pero firmes. En determinado momento el instructor se coloca el arnés y si, actuando en el lugar del lazarillo, no entiende una orden, se aleja, se distrae y uno tiene que tratar de reorientarlo, perfeccionando así el aprendizaje. También nos enseñó cómo cuidar al animal: limpiar lo que ensucia, limpiarle los dientes, las orejas, cepillarlo».
La de Dharma fue una historia paralela a la suya. A los 45 días había sido sacada a sus padres y llevada a una familia voluntaria de crianza. La familia voluntaria se encarga de educar al futuro lazarillo socialmente, como para ir al cine, a un teatro, a la sala de espera del médico, y controla el adiestramiento.
La familia que educó a Dharma viajaba dos horas por autopista, cada quince días, para verificar su educación.
«A partir del año de vida del perro empieza el entrenamiento fuerte, en diez etapas que duran de cinco a ocho semanas. La prueba final consiste en que un entrenador vendado evalúa la capacidad adquirida por el lazarillo.
«Terminada la capacitación, de acuerdo con los usos tradicionales, el siguiente día miércoles, a las 13, hay que esperar en el dormitorio la entrega del perro adjudicado.
«Previamente nos pidieron la correa que sobamos durante toda nuestra permanencia, para que el cuero incorporara el olor de la persona. Yo había pedido que si era posible me dieran un lazarillo hembra y que fuera muy sociable.
«Ambas, Dharma y yo –cada una por su lado–, habíamos completado el aprendizaje para seguir juntas en la vida. El día del encuentro, yo estaba impaciente, nerviosa, esperando, hasta que golpearon la puerta y entró el adiestrador. Señalando a su acompañante, en confuso castellano me dijo:
–Marría, su pero, hembra, Dharma…
Y me la entregó. Dharma parecía asustada y no quería separarse del entrenador. Yo me sentía tan emocionada que la abracé y la besé.
«Cuando conocí a la familia adoptiva que había hecho todo eso por mí y por Dharma, de la cual entonces se separaba, me sentí profundamente conmovida y le expresé mi agradecimiento entre lágrimas. Como yo quería, Dharma resultó ser muy sociable».
María del Carmen, sin bastón blanco y con Dharma, regresó a la Argentina en avión. «La azafata se preocupó más por Dharma que por mí», expresa sonriendo.
Dharma es un lazarillo que muestra su instinto genético porque desciende de varias generaciones que lo fueron antes que ella.
–Percibe mis momentos de hipoglucemia y me advierte mientras duermo. Con su patita me toca la pierna o el brazo o me apoya el hocico en el cuello hasta que me despierto y me controlo la glucosa. Los especialistas no saben con claridad cómo son capaces de registrar esa situación. Lo cierto es que la mayoría de aspirantes a un perro lazarillo son diabéticos, debido al notorio crecimiento de esta enfermedad en el mundo.
«Creo que tienen un sexto sentido. Una vez estaba yo en una farmacia y Dharma se puso muy nerviosa. Cuando la saqué no quería ir hacia donde yo la guiaba. Se escuchaba la sirena policial y me dijeron que se había registrado un asalto cerca.
«Le indiqué a Dharma que fuera por donde quisiera. Avanzó y de pronto se detuvo. Había rodeado toda la zona de riesgo y se había sentado ante un policía.
«La quiero muchísimo. Me dijeron que a los diez años de trabajo debe jubilarse y ser restituida, a menos que uno quiera adoptarla. Desde luego, yo ya les dije que la voy a adoptar».
Los padres de María viven en Bahía Blanca. Ella continúa trabajando en la Municipalidad de 3 de Febrero. Todos los días, a las seis y media, en su casa comienza la lucha por la existencia. Cada uno parte hacia su trabajo. María, junto con Dharma, acompaña a su hija a la escuela y desde allí sube a otro colectivo para ir a la comuna.
Sus palabras y su rostro dan testimonio de un espíritu colmado de felicidad. Las aguas del río de la vida se abrieron ante ella, como el mar ante Moisés, para que pudiera atravesar la adversidad y plasmar sus mejores sueños con los ojos del alma.
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