Salir de la casa a los 14 años no es aconsejable para un adolescente. Pero esta fue la decisión que tomó José Andrés el día a 12 de enero del año 2001. Ese día discutió acaloradamente con su padre, y con la celebre frase de “no aguanto más”, salió de su casa para no regresar. Hoy es un joven adulto y, aunque ha superado algunos traumas del pasado, todavía piensa que haber abandonado su hogar fue la mejor decisión.
Solo hay que escuchar al joven para descubrir que todavía está resentido y dolido por lo ocurrido en su adolescencia. Su mayor queja está asociada a las reglas de su padre que, según él, eran exageradas, extremas y radicales. Así describe José Andrés la forma que su padre lo educaba: “No había espacio para errores, ni faltas. En casa solo se hablaba de reglas, normas y leyes. Si hacía algo bueno, no me recompensaban, pero si fallaba mi padre no esperaba un segundo para castigarme. Vivir en casa con mi padre era como estar en un ejército militar donde papá era el sargento que continuamente daba órdenes y yo, el indefenso soldado que seguía reglas, me gustaran o no.” Papá fue muy duro conmigo y creo que si aparte de dictarme normas, me hubiera mostrado un poco más de amor y cariño, yo nunca hubiera dejado la casa.”
Las palabras del joven José Andrés las he escuchado de los labios de muchos adolescentes. Aunque no voy a juzgarlas, sí me mueven a decir que la experiencia de este muchacho y su padre me recuerda la vieja enseñanza de que, “educar hijos es como agarrar una barra de jabón muy húmeda”. Si se aprieta demasiado sale disparada como un proyectil, y si no se oprime suficiente se nos resbala de los dedos. Una presión firme y, a su vez, suave es la que nos permite el control.”
La clave en la educación de un adolescente estriba en mantener un balance. Levantar un muchacho sano requiere de una instrucción equilibrada. En ocasiones hay que ser firmes y consistentes con las normas que se establecen en el hogar, pero dentro de ese estilo estricto y rígido, también hay a que dar espacio a la flexibilidad, pues esto es justo y saludable. Ir a los extremos siempre es peligroso, y hace vulnerable una relación. Es tan nociva la rigidez como la blandura. La educación balanceada es la clave.
Padres y madres, pidan a Dios sabiduría, amor, tolerancia, y paciencia en abundancia. De esta manera, descubrirán el arte de educar un muchacho en un ambiente sano y equilibrado. Si estás levantando hijos hazlo con mucha fe, creyendo a la promesa divina que dice: Instruye al niño en el camino correcto, y aun en su vejez no lo abandonará. Pero desde hoy en adelante agrégale un ingrediente más a la educación de tu pequeño: Balance.
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