Hoy quiero hablarles del amor, de ese amor profundo e «inestrenado» que todos llevamos dentro, de ese amor que nos permite el perdón sin mayor esfuerzo, de esa fuerza vital que nos mantiene vivos y que no reconocemos, porque no aprendimos a sentirla.

(Photo by: Adobe Spark)
Pero para hablar de ese amor, tengo que hablar primero del perdón; ¿cómo describirlo? Es como una bocanada de aire puro después de haber estado sin respirar por largo rato, es como ese descanso que se siente después de padecer un dolor agudo, es como la insinuación de la felicidad a punto de desbordarse. Así lo he sentido cuando he experimentado sus efectos. Se me dificultaba mucho el perdón de otros, y a otros, hasta que me encontré conmigo.
No eran los demás, no era ni mi familia, ni mi comunidad, ni mi historia, no era la vida, era yo mismo que me había dibujado un historial fantástico de deseos y creencias que no me permitían ver la realidad de mi existencia. Pero cuando descubrí en todo mi proceso, que había otra razón diferente de la mía para mi vivencia, entonces comprendí, que no tenía nada que perdonar a nadie, porque era yo el que había vivido en contravía. ¿Perdonar a quién? A mí mismo. Un reto.
Solamente el silencio me dio la posibilidad de interiorizar el pensamiento. Era yo quien tenía que hacerme cargo de mí mismo, de mi sentir, de mi vivir y tenía que empezar por el principio, porque me había encontrado con un ser desconocido; yo mismo. El amor profundo inexplorado dentro de mí, perdonó y se reconcilió con el resto de mi vida pasada, para darle paso a la vida nueva.
Porque no hay familia, porque no hay iglesia, porque no hay historia, porque no hay entorno que no sea nuevo y con esa renovada capacidad para el asombro no hay resentimientos. Porque se puede vivir en el perfecto presente sin angustias del pasado y sin arenas movedizas del futuro. Olvidándome del mí mismo, alienado casi siempre por las circunstancias y perdido en el afán infinito de amar y ser amado. Si no se descubre el amor, propio y profundo, sin amenazas ni ataduras, es utópico seguir buscando.
No son las circunstancias ni las personas lo que me dan la vida, soy yo quien vivo para aprender a danzar con el entorno, la vida no se acomoda a mí, soy yo a la vida y en este aprendizaje me transformo de llama que devora, en llama que ilumina. Que mientras siguiera tan ocupado en la defensa y el ataque no me quedarían fuerzas para el florecimiento de mi propio corazón.
Cuando todo esto ocurrió me encontré con mi amado Señor y Dios y fue fácil que él guiara mi vida, fue sencillo entregarle mi vida y mi voluntad para que él dispusiera de ellas, y me di cuenta que todo era bueno, que todo era tan sencillo como ir viviendo cada día con su propio afán, sin detenerme mucho en los recuerdos y sin hacerme líos con mañanas que no llegan.
Ahora todo está aquí para ser vivido desde lo mejor de mí, desde mi propio amor que me permite amar, que me permite recibir y dar, serenarme y reconfortar, comprenderme y comprender, desde este amor que me permite ser yo mismo.
Por eso quería hablar de amor, porque cuando busco en mi propio interior, me encuentro con la experiencia de ser puro amor. Dispuesto a amar, sin prejuicios, sin escondrijos y sin miedos, con una mente libre de conceptos aprendidos, de creencias inservibles, de credos innecesarios.
El amor nos hace libres para elegir, para actuar, para pensar y para sentir.
Les amo y bendigo en éste día.
(autor desconocido)
Deja una respuesta