A veces me pregunto si lo que muchos llaman «demonios interiores», no será otra cosa que una mezcla de sentimientos que reside en la mente humana desde tiempos inmemorables.

Photo by: Unplash
Varios años atrás un amigo mío fue despedido de su trabajo. No es que haya hecho algo malo, o que se dejara llevar por la vagancia. Simplemente (y de manera premeditada) sus empleadores decidieron que no lo precisaban más, por lo que «no podían» seguir sosteniendo su rol dentro de la empresa. Frustrado, de un momento para el otro pasó a incrementar el porcentaje de personas desempleadas en mi país.
Los más cercanos intentamos escucharlo, ayudarlo y animarlo a salir adelante, mucho más considerando las posibilidades y ventajas que le otorgaba su juventud. Pero su apego a la tristeza era tan grande, que gastó varios meses de su vida sin hacer nada más que justificarse a sí mismo, autodenominarse «fracasado» y darle rienda suelta al rencor hacia sus antiguos jefes.
La auto compasión está más cerca de lo que te imaginas.
¿Alguna vez dijiste frases tales como «nadie me quiere», «no soy comprendido», «soy un inútil», «todos están en mi contra»? Quizás no tuviste la valentía de exteriorizarlas, pero es muy probable que en lo más íntimo de tu ser alguna vez hayas albergado este tipo de pensamientos.
Es necesario decirlo, de una buena vez: la auto compasión es un intento estéril por aliviar el dolor que algo o alguien nos ha provocado, aunque muchas veces nosotros mismos hemos sido los causantes de dicho sufrimiento. Cuando nos auto compadecemos, creamos un refugio virtual que termina perjudicándonos, porque cauteriza nuestra capacidad de analizar racionalmente la situación y paraliza nuestra voluntad de decisión.
Entonces, ¿Qué hacer? ¿Cómo salir?
El rey David exclamó: «¡Bendito seas, Dios mío! Cuando yo estuve en problemas me mostraste tu gran amor. Estaba yo tan confundido que hasta llegué a pensar que no querías ni verme. Pero a gritos pedí tu ayuda, y tú escuchaste mis ruegos» (Salmos 31.21-22).
Cuatro consejos para poner en práctica:
a) Sé honesto contigo mismo. ¿De verdad piensas de ti lo que ahora estás pensando?
b) Decídete a pensar distinto, en positivo.
c) Mira hacia delante y abandona el seudo placer que te brinda el hecho de recordar (y remover) las experiencias que te hicieron sufrir («Hoy es el primer día, del resto de tu vida»).
d) Finalmente, confía en Jesucristo. Habla con Él. Compártele tus pensamientos y sentimientos. Sin duda alguna Dios te infundirá la fuerza y la valentía necesarias para vivir una vida plena.
Deja una respuesta