Hay personas que nos enseñan mucho sobre la vida y lo que realmente vale la pena. Y no lo hacen a través de discursos magistrales, como aquellos que hablan en espera del aplauso del público, sino indirectamente, a través de su actitud frente a las batallas que enfrentan en la vida.
¿Alguna vez se preguntó por qué le ocurren cosas malas a las personas buenas? ¿Y por qué les va bien a los malos, quienes además en muchas ocasiones gozan de larga vida? Si usted habita el planeta Tierra coincidirá conmigo en que estas preguntas golpean nuestras mentes con demasiada frecuencia.
Responder a estas preguntas puede implicar un gran dolor de cabeza. Sin embargo, sin lugar a dudas la respuesta se halla en otra pregunta: ¿qué concepto tiene usted de la vida?
La actriz mexicana Thalía, devenida en cantante, afirma que «mi destino es el que yo decido, el que yo elijo para mí… a quién le importa lo que yo haga, lo que yo diga, yo soy así y así moriré, nunca cambiaré». El español Javier García asegura «yo no soy quien soy, soy quien quiero ser». Mientras que el graffiti que leí hace poco en la pared de una casa dice «que no hayas muerto no significa que estés viviendo».
Jesús dijo: «Les digo todo esto para que encuentren paz en su unión conmigo. En el mundo, ustedes habrán de sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo» (San Juan 16.33).
Todos enfrentamos problemas y situaciones adversas en mayor o en menor medida. Pero nuestra actitud hacia ellos es lo que determina nuestra calidad de vida. Debemos elegir constantemente entre caer en la depresión, resignarnos, intentar escaparnos, volvernos cínicos o salir adelante con un optimismo que enfrenta maduramente cada obstáculo en el camino. Porque cuando la vida se torna difícil y también en los tiempos de mayor felicidad, ¡qué diferencia notable es confiar en Dios y disfrutar de Su paz!
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