¿Alguna vez te has encontrado en una situación donde sientes que es necesario decir algo, pero no te animas? ¿Has notado que a veces es necesario poner un alto, o hacer una llamada de atención, pero no hay quien se atreva?

(Photo by: Unplash)
Y claro, ¿cómo va a ser fácil el «poner el punto sobre la i», si quien se atreve regularmente no es apreciada nunca, ni se le agradece? Sin embargo, uno de los retos más grandes que se presentan en la Biblia es ese: «…que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina» (2 Tim. 4:2).
En estos tiempos, cuando la individualidad de cada quien es puesta en alta estima, y somos llamados a respetar el espacio personal, se vuelve más y más difícil cumplir con este papel que Dios nos ha dado. Nuestro corazón puede engañarnos y hacernos pensar que la relación personal con Dios será suficiente y que solamente el Espíritu Santo ha de redargüirnos de nuestro pecado. No nos gusta pensar que estamos para pulirnos mutuamente, y que al pertenecer a la familia de Dios tenemos autoridad para instar y exhortar a otros.
Por experiencia personal, el decir las cosas a su tiempo no conlleva popularidad – es más, se la lleva. Hace años tuve una amiga que salía con un chico que solo le hacía daño. Cada vez que ella regresaba contenta porque habían hecho las paces yo sentía la carga de decirle «esto es momentáneo» o «¿estás segura que esto es lo que Dios tiene para tu vida?». Pero hacía caso omiso a este sentimiento, fingía alegría por la suya, y me muchas veces hasta la animé a seguir luchando, sabiendo que no pararía bien.
Claro, la consecuencia no se hizo esperar. Su corazón quedó roto, y aunque estuve allí para consolarla, me dolí mucho de verla en una situación que pudo haber sido prevenida si yo hubiera sido una amiga sincera. El miedo a no quedar bien, a ser la aguafiestas. Pero la responsabilidad espiritual de no decir las cosas en el momento de Dios es una carga mucho más pesada que la desaprobación momentánea de otras personas.
El apóstol Pablo no solamente recomendó que Timoteo instara «a tiempo» sino también «fuera de tiempo». A veces, las condiciones se prestan para hacer una llamada de atención, pero muchas veces nuestra intervención va a venir como un golpe en seco, fuera de lugar, ya que es difícil aceptar cuando alguien nos muestra que estamos equivocados. Sin embargo, a través de toda la Biblia podemos encontrar los elogios y el aprecio que Dios tiene de los labios que hablan la verdad. Hablar con sinceridad y sin solapar pecado es una de las características a las que se nos anima con más énfasis en la palabra de Dios. Pablo comprendió la importancia, y supo transmitirla a Timoteo. Un líder, una persona que influye, ha de ser una persona que también sabe poner un alto. Pablo también deja la pauta de cómo ha de ser llevada a cabo esta tarea: con paciencia y doctrina.
El exhortar a otros debe ser hecho bajo la dirección del Espíritu Santo en nuestras propias vidas, ya que la autoridad para hacerlo viene solamente de Dios. Es nuestra responsabilidad presentarnos limpias y sin mancha delante de Él cada día, para poder tener esta clase de influencia sobre nuestras relaciones. La doctrina se adquiere a través de un estudio a conciencia de la Biblia, un estudio también que no solamente genera conocimiento en nosotros, sino que transforma nuestro carácter.
Finalmente, es necesario hacerlo con paciencia, recordando que los cambios y los frutos los ha de dar el Espíritu Santo, no nosotros. No permitamos que el desaliento se apodere de nosotras cuando no vemos los cambios que quisiéramos. Nuestra tarea es instar, redargüir, exhortar; quien cambia las vidas sigue siendo Cristo.
La tarea puede costar, pero recuérdate que «…No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio» (2 Timoteo 1:7). Así que, la próxima vez que haya algo que no va con lo que Dios nos pide, ora y está dispuesta a sacrificar un poco de «prestigio»…es tu responsabilidad delante de Dios y de tus hermanas y hermanos en Cristo.
Deja una respuesta