La Navidad puede significar muchas cosas. Para algunas personas se trata sólo de un feriado más. Otros aprovechan la ocasión para celebrar una gran reunión familiar. En algunos países implica la preservación de tradiciones y costumbres heredadas de los antepasados. Y también existe un significativo grupo de personas cuya experiencia individual genera en ellas un profundo sentimiento de tristeza, soledad y abandono.
¿Y usted? ¿Qué siente al llegar la Navidad?
Un amigo mío me contó que durante esta época del año, un gran porcentaje de la gente de su país acostumbra incrementar sus gastos en proporciones altísimas. «Hacen muchas compras a crédito», me dijo con cierta resignación, «para luego comenzar el nuevo año con grandes deudas que, en innumerables casos, llegan a extenderse durante doce o veinticuatro meses más». Y añadió, lamentándose, que «varias familias deben recurrir a nuevos créditos para pagar sus compromisos anteriores, entrando de esta manera en un círculo de esclavitud financiera del cual muy pocos logran librarse».
Al oír esto me fue imposible evitar las comparaciones con la realidad de mi propia nación. Ocurre que desde hace algunos años el consumismo se ha convertido en la práctica habitual de muchísimas personas. A pesar de las diversas crisis políticas, sociales y económicas que debimos (y debemos) enfrentar, cada año vuelve a establecerse una especie de «tregua navideña», en la que se disimulan los dolores y se pretende satisfacer el vacío interior.
Por favor, no vaya a pensar que estoy en contra del consumo, el libre comercio y la prosperidad individual. Voy un paso más allá: levanto mi voz en contra del consumismo, reniego de la publicidad engañosa cuyo interés principal es «crear» necesidades, y llamo la atención sobre el peligro de buscar exclusivamente la autosatisfacción sin pensar en los demás.
La Biblia dice: «No vivan ansiosos por tener más dinero. Estén contentos con lo que tienen, porque Dios ha dicho: ‘Nunca te dejaré abandonado’. Nunca se olviden de hacer lo bueno y de compartir lo que tienen con los que no tienen nada. Esos son los sacrificios que agradan a Dios» (Hebreos 13.5,16).
Para concluir, permítame plantear el asunto desde otro ángulo, haciendo mías las palabras de un autor anónimo, quien se preguntó: «Si lo que soy es lo que tengo, y lo que tengo se pierde, ¿entonces quién soy?»
¡Feliz Navidad!
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